martes, 14 de junio de 2011

¿Seremos la generación del futuro, 2.0?

Llevo mucho tiempo sin escribir nada por aquí. Pero he vuelto. Para compartir con ustedes el video y el texto del discurso que pronuncié en mi graduación.

El texto es el que utilicé como referencia ese día, no una transcripción del video.

Espero que lo disfruten tanto como yo lo hice escribiéndolo.

Bienvenidos los comentarios y las críticas.

Gracias a Arelis Garrido, Remigio Gamero, Miguel Velarde y Andrés Volpe por sus valiosas correcciones y comentarios en los últimos momentos.

¡Saludos!

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Cuando mis compañeros graduandos me honraron con su confianza, eligiéndome para hablar en nombre de todos, una amiga, egresada por cierto de esta universidad y que vive en México, me dijo “tienes en tus manos una gran responsabilidad. Serás la voz de una generación”. Lejos, muy lejos de disipar los nervios, aquella respuesta me hizo reflexionar sobre nuestro futuro.

Les pido, compañeros graduandos, que me honren de nuevo con su confianza, y cierren los ojos por unos segundos. Es en serio, por favor cierren los ojos. ¿Ya? Bien. Imaginémonos que es el año 2031, tenemos 20 años de egresados de la Universidad. Posiblemente tenemos una familia formada, y nuestra propia casa. Imagínense claramente un lugar, el que ustedes quieran, tal como unas vacaciones en una paradisíaca y remota playa, quizás en Tahití o Bora Bora. Y un tiempo específico, tal como un domingo en la tarde, de esos en los que uno no tiene nada que hacer, miramos atrás, a cuándo estábamos recién graduados y veíamos todo un mundo por delante, y nos preguntamos, ¿Estuve a la altura de lo que yo mismo esperaba de mí? ¿Utilicé mis oportunidades, mi talento y mi formación para realizarme personalmente, y generar cambios en mi entorno más cercano? Sólo allí sabremos si todo lo que invertimos en nuestra formación fue valioso; si fuimos valientes, pensamos en grande e impulsamos cambios, basados en nuestra propia convicción. Sólo allí sabremos si estuvimos a la altura del reto al que nos enfrentábamos, como egresados de la llamada “universidad de la excelencia”.

Volvamos a abrir los ojos.

La idea, amigos míos, no es someternos al paradigma de que “somos la generación del futuro” o más bien, como nos llaman ahora, “la generación 2.0”, y que eso se convierta en una carga. Esas poderosas imágenes, que flotan en nuestras mentes, deben invitarnos a reflexionar sobre la etapa que iniciamos hoy.

Nosotros mismos, y la sociedad, con cierto grado de justicia, esperamos mucho de nosotros. Esperamos ser exitosos. En ese sentido, ¿Qué entendemos por “persona exitosa”?

Durante la carrera, cuándo llegábamos a la casa y nos preguntaban “¿cómo te fue en el examen?” Había dos respuestas posibles: “yo pasé” o “ese tipo me raspó”. Hay una sutil pero importante diferencia entre esas dos respuestas. Cuándo somos exitosos, solemos atribuirnos todo el crédito, y podemos llegar a ser hasta sobraos. Pero cuando fracasamos, ponemos la responsabilidad más allá de nosotros. Tomamos el camino fácil, el de culpar al profesor.

Luego del “yo pasé” o “a mi me rasparon”, viene la siguiente pregunta típica en la casa: “¿y cómo salieron los demás?” A lo que respondemos: “fulanito salió bien, pero el es un fajao” o “tal tipo reventó, pero el es demasiado inteligente”. Escudamos esta vez nuestros fracasos detrás de dos ideas. La primera, la de que el éxito con esfuerzo es menos meritorio que el éxito proveniente de habilidades innatas, como la inteligencia. La segunda idea, la de justificar nuestros fracasos utilizando, abro comillas “falta de talento” como excusa.

Eventualmente tendremos que enfrentarnos a los desafíos que tenemos. Lo estamos viviendo justo ahora. Nos es complicado encontrar un empleo de calidad, ya que las empresas buscan cualidades que pueden resultar hasta absurdas para un recién graduado. Por ejemplo, me he topado con ofertas de empleo tipo: “Ingeniero, licenciado o su equivalente, con 2 ó 3 años de experiencia en el área, que hable inglés fluido y conozca bien un tercer idioma, con edad entre 22 y 25 años, con licencia, y de preferencia vehículo propio, y además con ciertas certificaciones”. Si es que llegamos a cumplir las expectativas, los sueldos no nos permiten independizarnos de nuestros padres, y puede hacérsenos muy difícil comprar nuestra propia vivienda. El escenario que nos imaginamos en el año 2031 se ve comprometido. Por necesidad, quizás con un tanto de convicción, nos hemos visto forzados a mirar a nuestro alrededor, y observar lo que está pasando en nuestra sociedad.


Pareciera que voy a hablar de política, ¿verdad? En las últimas dos semanas, desde la firma del acta, un comentario muy recurrente entre mis compañeros graduandos fue “no hables de política, para nada”. Es comprensible, dado que la palabra “política”, está muy desprestigiada en Venezuela, quizás debido a que las campañas electorales han invadido nuestro día a día.


Sin embargo, si bien las campañas son parte de la política, no lo son todo. La política en su concepción más amplia, surgió cuando un grupo de personas, así como nosotros, reunidos en este conjunto de auditorios, decidieron ponerse de acuerdo para solucionar sus problemas comunes. Somos entonces, todos, actores políticos.


Una de las posibles razones por la que nos frustra la política, es que esperamos demasiado de los políticos. Los líderes son, a lo más, coordinadores de soluciones. La clave, para generar cambios, esos que nuestra sociedad tanto necesita, y que tendremos que impulsar para poder llegar a Tahití en el 2031, está en las instituciones y no en las personas. En las propuestas y no en los candidatos. En la experiencia y la formación y no en el carisma. En los hechos y no en las palabras. En los logros y no en las promesas. En el trabajo y no en las buenas intenciones.


No creamos que deba venir alguien, un líder de cualquier índole, a producir cambios por nosotros. No creamos en personas que nos prometan grandes transformaciones en cortos períodos de tiempo, porque la evolución del hombre, y de la sociedad, es lenta y gradual.


Hablando de evolución personal. Esas pequeñas torres de títulos, que se encuentran allí junto a las autoridades, representan al menos un quinquenio de esfuerzo, de más de 100 Graduandos.


Hace 5 años, o un poco más para muchos de nosotros, decidimos estudiar en la USB. Creo que hablo por muchos cuando digo que no sabíamos qué estábamos haciendo con nuestras vidas. Camino a mi defensa de pasantía, hace un par de meses, mi mamá me decía “esta universidad si queda lejos, es como un viaje a otra ciudad”. A lo que yo le respondí: “imagínate hacer esto todos los días, por más de 5 años…”.


Con todo y su locación remota, el título “universidad de la excelencia” no es de gratis. Recuerdo una vez, hace ya un poco más de un año, que vi el carnet universitario de unos alemanes. Aquello era una simple pieza de cartón. Cuando les mostré nuestro carnet, (este), el que todos tenemos o alguna vez tuvimos, y les comenté que esta sola tarjeta servía de identificación, podíamos usar el comedor, la biblioteca, el servicio de transporte y hasta retirar dinero en efectivo de un cajero automático, la cara de asombro de aquellos europeos fue épica. No podían entender cómo este tipo, de aquel país del que ellos no recibían muchas noticias, y las que le llegaban no eran muy buenas, tenía en sus manos una herramienta tan poderosa.

Y es que es eso lo que hacemos los uesebistas, nos sobreponemos a las limitaciones y desafiamos paradigmas.

Miremos a nuestro alrededor, a este auditorio que está repleto de personas que celebran con nosotros, y hagamos un compromiso. Desde el día de hoy, que nos despedimos de la USB, no nos olvidemos, de todas las personas e instituciones que nos ayudaron para llegar aquí


No nos olvidemos del Dios en el que creamos, por acompañarnos espiritualmente todo este tiempo.


No nos olvidemos de nuestros profesores, porque nos acompañaron en esta transformación personal que estamos culminando hoy.


No nos olvidemos de nuestros coordinadores de carrera, por darnos permisos para ver materias de 5to año sin haber pasado algo así como matemática II.

No nos olvidemos de nuestro campus, en el que tuvimos la dicha de casi vivir todos estos años, de sus jardines y bosques que han inspirado desde científicos hasta guionistas de cine; como el de la película Miranda.

No nos olvidemos de nuestros amigos, porque muchos de ellos se convirtieron en nuestros familiares después de compartir tantísimas experiencias juntos.

No nos olvidemos de nuestras familias, por apoyarnos con dinero pero por sobre todo con afecto, haciendo sacrificios que van mucho más allá de lo que ni tan siquiera nos imaginamos.

No nos olvidemos de que, como dijo Malcolm Gladwell, “nadie, ni tan siquiera un genio, puede ser exitoso sin ayuda.”

Volvamos a las imágenes que se crearon en nuestra mente, aquellas del año 2031. Desde el día de hoy, no dejemos que nadie nos diga que nuestros sueños son imposibles, pues sabemos que nuestro talento, y las oportunidades que se nos han dado, pueden llevarnos lejos. No dejemos que nadie nos diga que sus tiempos fueron mejores, y que nuestro futuro está ya comprometido y decidido, pues somos nosotros los dueños de nuestro propio destino.

Nelson Mandela pasó 27 años en prisión. Sí, 27 años, luchando contra el Apartheid en Suráfrica, un régimen que establecía legalmente la superioridad de una raza sobre otra. Ganó el premio Nobel de la Paz.

Él dijo: “Nuestro mayor miedo no es que seamos excluidos, sino que seamos poderosos sin límite. Es nuestra luz, y no nuestra oscuridad, lo que más nos aterroriza. No hay pasión en apuntar a metas pequeñas, en aceptar una vida que es menos que aquella que TU eres capaz de vivir. Algunas veces, todo el peso de los grandiosos cambios recae en una sola generación. USTEDES pueden ser esa generación. Dejen que su grandeza florezca”.

Dentro de 20 años miraremos atrás y sabremos si fuimos parte de esa generación, y si estuvimos a la altura del reto que enfrentábamos.